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Librerías, la precariedad en la industria intelectual

En una silla infantil, Santiago (20) almuerza sobre una mesa de juguete, un comedor improvisado en el almacén de la cadena de librerías más popular de Lima. Come en menos de 10 minutos. Mira su calendario. No sabe si estará otro día más. Mira su reloj. Debe volver a la tienda. Quiere descansar un poco, cabecea, se balancea, un compañero le pasa la voz, ya es hora, tiene que armar la presentación del libro de un escritor peruano famoso. El público aplaude y Santiago se pierde entre las palabras rebuscadas de los intelectuales y las sombras de los libros

Foto: Crisol

“Esperaron que fuera mi último día de trabajo, y a cinco horas de terminar mi jornada me dijeron que ya no iban a renovarme. Fue muy desagradable. Solo trabajé un mes, entre septiembre y octubre. Ni siquiera pensé en el abuso que estaba cometiendo Crisol, estaba desempleado y solo podía pensar: “¿qué voy a hacer ahora?”, comenta Renato (22).

Los contratos (temporales) en Crisol son temporales, señalan trabajadores y extrabajadores de Librerías Crisol. La angustia era diaria y cada fin de mes era impredecible.

Renato recuerda que a una colega suya le asignaron horarios que chocaban constantemente con sus estudios pese a que ella lo había advertido. Y los horarios que podían serle favorables se los llevaba su jefa. “Lo hacían adrede”, indica.

“Aunque lo peor que pasaron mis compañeros fue en diciembre, durante Navidad, porque los hicieron trabajar durante casi dos semanas enteras, más de 10 horas al día. Algunos renunciaron después de eso y al igual que a mí, nunca les pagaron las horas extras”, afirma el joven librero sobre las jornadas extensas durante festividades que se mantienen hasta la actualidad.

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Mariana (32) dice que laboró en Librerías Crisol durante tres meses. “Jamás hubo día en que salieras a tu hora, te hacían quedar hasta más tarde; sin embargo, si llegabas uno o cinco minutos tarde, te descontaban el mediodía”, apunta.

De igual manera, Jeremías (35), narra su experiencia trabajando en esta cadena: «Estaba terminando de atender a un cliente, cuando escuché una voz agresiva que me ordenaba arreglar una exhibición. No sabía quién era porque estaba vestido de civil, además, la exhibición estaba ordenada, y bueno, le pregunté: “¿usted es de la empresa?” y me respondió: “sí, sí, yo soy el dueño de todo esto” así es como se presentó uno de los jefes de tienda de la empresa (Crisol)».

Ante su confusión, Jeremías le respondió tranquilamente y le pidió que hable con su jefa. “Tú quién te has creído”, le contestó. Seguido de eso, el jefe de tienda “comenzó a gritar y me dijo: Trabajas hasta hoy”, señala. Luego de unos días, la empresa le prometió unas disculpas, pero nunca lo hicieron. Jeremías fue retirado tras unos días. Otros trabajadores también comentan que les ha sucedido lo mismo.

Jeremías recuerda que había presión para que hicieran horas extras, y si no las hacías, te miraban mal. Incluso una de sus compañeras fue despedida por negarse a hacerlas en plena campaña navideña. Tampoco podían usar sus celulares. 

“Te quitan los celulares, en Crisol hicieron una caja donde guardaban los celulares”, agrega.

Foto: Heraldos Negros

Jeremías narra otra experiencia que le sucedió en la librería Heraldos Negros. Fue contratado para laborar en el almacén de Surco y luego en Barranco. Después de un tiempo, le dijeron que la evaluación de su desempeño se daría a través de un almuerzo. Se quedó desconcertado.

Si era un arroz chaufa, estaba despedido. Si le daban un plato distinto, se quedaba. Le dieron un chupe de camarones. En el Ministerio de Trabajo, le explicaron que era un mecanismo de intimidación. “Con eso me persuadieron para hacer horas extras”, explica.

En aquel local estuvo trabajando de 9 a. m. a 9 p. m., es decir, 12 horas. Trabajaba solo y seis días a la semana durante varios meses. Además, tuvo que asumir funciones administrativas que no le correspondían a pesar de tener un contrato y sueldo de vendedor. 

Jeremías pidió un aumento por todo lo que tenía que asumir, pero se hicieron los desentendidos. La insistencia de Jeremías hizo que le subieron un monto mínimo que no justificaba su trabajo. “Ni siquiera en navidad nos dieron nada, ni una pasa”, comenta.

Tiempo después, la librería inauguró un segundo piso en donde el único personal era él. Eso significaba más desgaste físico y mental. La explotación que sufría a diario hizo que se fuera de la librería, cuando ya terminaba su contrato. 

Foto. Jeremías realizó una denuncia en la Superintendencia Nacional de Fiscalización Laboral (Sunafil).
Foto: La Familia

Mariana recuerda que la primera librería para la que trabajó fue La Familia, en el local de Miraflores. Allí estuvo un año. “La dueña tenía un carácter muy especial, era bastante estricta, me enseñó muchas cosas, pero en otras, era radical. Recuerdo que se me cayó un libro grande de S/ 2.000 y me lo quiso hacer pagar”, narra.

Mariana comenta que el ambiente en dicha librería era bien tenso. “Tampoco podía responder llamadas telefónicas”, añade. Un día, su padre sufrió un accidente y le llamaron, ella contestó, pero la dueña de la librería se molestó y le exigió que deje el celular.

La Familia solo contrata estudiantes para pagarle solo el sueldo mínimo”, agregan algunos extrabajadores de esta empresa.

Foto: Ibero

En Ibero, Katya señala que si bien no hay un maltrato físico o psicológico hay una violación sigilosa a los derechos ya que “esta empresa tardó seis meses en realizar el contrato con el personal, todo ese tiempo sin beneficios”, afirma.

Katya comenta que esta empresa tenía un reconocimiento para los libreros que llegaban a la meta de ventas. “Te daban un lonche de tres soles o cinco soles”, manifiesta.

Además, menciona que en Ibero no hay capacitaciones. “Quieren que uno sepa hacerlo todo, multifuncional, por ejemplo, si falta el jefe, hacer reposiciones o devoluciones, eso traspasa las funciones del propio librero”, menciona.

El endulzamiento de la precariedad

Mario (29), librero que ha trabajado para grandes cadenas y librerías independientes, afirma que  “en las cadenas no se permite un descanso, por ejemplo, si uno entra a Crisol, ve que todo es como un supermercado, siempre tienen que estar parados o descansar en el almacén, en cambio, en algunas librerías independientes sí existen espacios de descanso o reposo”, afirma.

En el 2020, unos trabajadores de la conocida librería La Casa del Libro (España) denunciaron el deterioro de su trabajo, además que su librería se estaba convirtiendo en un ‘súper’. 

Según Jeremías, Crisol es una de esas empresas retail. “Tienen esa idea desde el 2012, por eso Crisol está aplicando cosas más comerciales”, comenta.

Los libreros señalan que su oficio se está desvirtuando a tal punto de convertirse en un empleo temporal, desechable y mercantil. Según ellos, ya no se contratan libreros, sino vendedores.

“Hay algo que no tienen los vendedores que sí tienen los libreros: la curiosidad, estar averiguando, investigando, reconociendo y recordando. La suma de esos datos es mayor información para el lector”, opina Jeremías.

El librero, aparte de vendedor, acompaña al cliente, uno tiene que conocer al lector, comenta Jeremías. “Somos importantes porque somos la cara de la librería”, sentencia.

“Todo el mundo habla de que los libros van a desaparecer, por los kindle, pero en realidad, los que van a desaparecer son los libreros, por la mano de obra barata”, afirma Jeremías.

La precariedad se intensifica si se suma el endulzamiento de la precariedad. Los fans de los libros consideran que ser librero podría ser el mejor oficio del mundo ya que están rodeados de libros, café, sabiduría y espiritualidad; pero eso solo es una fachada que han vendido las librerías.

Según los libreros, no leen todo el tiempo, tienen que ordenar, exhibir, vender, ofrecer, limpiar, hacer de seguridad. Ser un multitarea para un sueldo y un trato que ni lo vale. “Es como una especie de serpiente que se come a sí misma en la que uno cree que ya no hay salida”, confiesa uno de ellos.

Jeremías señala que esta romantización crece cada vez más con un sector de ‘booktubers’ (creadores de contenido de YouTube que realizan vídeos relacionados con libros) e influencers del rubro.

“Se formó una comunidad para ir a la FIL a trabajar gratis, con el floro de “amor a los libros”. Incluso se invitó a un grupo para que le laven la cara a la feria aunque haya críticas y denuncias. Me parece que están manipulando a los booktubers. A una chica booktuber le iban a pagar con libros, recuerdo”, señala Jeremías.

Por otro lado, los escritores y escritoras ‘conocidas y conocidos’ no se han pronunciado respecto a las denuncias laborales de los libreros en la FIL. “No han mostrado su indignación colectiva y ni siquiera se han solidarizado con aquellos que venden sus propios libros en ferias y librerías”, comentan los libreros.

Para Mario, esto sucede debido al desconocimiento de la labor, la indiferencia a la explotación y por la argolla literaria.

Una línea de carrera utópica

Mariana lleva siete años trabajando como librera y dice que no hay mucho futuro en ello.

“Los años pasan y uno, por más bueno que sea, se va cansando año tras año ya que el sueldo sigue siendo el mismo. Para un librero joven de 23 años, un sueldo mínimo no le cae mal, pero para una persona de 30 años, que ya tiene otro tipo de responsabilidades (familia o estudios), es complicado”, señala.

“Creo que en un país como el Perú, pensar que uno va a vivir de ser librero es utópico y romántico, es un oficio muy mal pagado, y al no ser atractivo, es un “vamos a meternos en esto hasta encontrar algo mejor”, el sector está muy precarizado, hace 10 o 15 años la paga era muy buena, se valoraba mucho el saber sobre libros, pero hoy no”, explica Mario.

Mariana menciona que hay pocas librerías que ofrecen línea de carrera y en su mayoría son explotadores. “No es como en Argentina o España”, añade.

“Sé que para ser librero en España debes llevar un curso de 6 meses, y en Argentina también, la gente está muy preparada”, resalta Jeremías.

Para Mario, la línea de carrera es bastante limitada, no hay una profesionalización que le permita vivir dignamente a los libreros y libreras. “A mi me encantaría que hubiera un sindicato, o una agremiación como tiene Argentina o España”, apunta.

El silencio de la CPL

Según Mario se permite la precarización porque no hay autoridades, “la Cámara Peruana del Libro (CPL) no es una autoridad, la informalidad hace que no se vean situaciones como estas (maltratos laborales en librerías y también en ferias)”, comenta.

“El hecho de que tengamos un solo organizador de ferias también es otro problema, porque si hubiera otras entidades que puedan hacer el juego de igual a igual, creo que sería diferente, pero hoy tenemos un monopolio. Ojalá que alguien lo plantee de forma seria, necesitamos una regulación del propio sector”, comenta Mario.

Es importante mencionar que este año, la Feria Internacional del Libro recibió, otra vez, una serie de denuncias por explotación laboral. Sin embargo, si uno revisa las redes de la CPL, no hay ningún pronunciamiento o comunicado respecto a las recientes denuncias de los trabajadores y trabajadoras que mueven la economía de las librerías.

Asimismo, en la edición 29 de la FIL-Lima se canceló de forma brusca la presentación del libro “Revolución en los andes” del reo y fundador terrorista del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) Víctor Polay, la cual organizaba Ediciones Achawata. Dicha editorial fue intervenida por la Dirección contra el Terrorismo (Dircote) de la Policía Nacional del Perú (PNP) y posteriormente estigmatizada por la extrema derecha, el fujimorismo y unos cuantos sectores y personajes de izquierda que fueron cómplices al quedarse en silencio. 

Achawata ha señalado que la CPL tenía conocimiento del operativo de la policía, pero la CPL lo ha negado y hasta se atrevió a mencionar que canceló la presentación “por razones de seguridad” y que evaluará “medidas disciplinarias”.

Para los trabajadores de las librerías, este sector del libro seguirá aprovechándose de la necesidad de quienes postulan a estas empresas.

“Como se tiene que sobrevivir en este sistema capitalista, uno acepta todo, y al estar condicionado, uno se aletarga y se queda ahí, es como un bloqueo, en donde se apaga el pensamiento crítico para simplemente tener un sueldo a fin de mes”, concluyen los libreros y libreras que han dado sus testimonios en esta historia.

Apuntes

Los testimonios sobre explotación y precariedad laboral que narran los libreros y libreras se han dado en los últimos cinco años (2020-2025). Asimismo, las y los libreros prefirieron mantenerse anónimos debido a que aún trabajan en la industria del libro y quieren evitar repercusiones. 

Las denuncias de libreros en la Feria Internacional del Libro de Lima (FIL-Lima) no ha generado reacción del gremio literario peruano. No existe ningún pronunciamiento de escritores y escritoras sobre la defensa de los derechos laborales de quienes venden sus libros.

Mataperrea envió un correo para contactar a las cadenas de librerías y conocer sus descargos, pero Crisol, Ibero y Heraldos Negros fueron las que no respondieron.

Según datos obtenidos de Sunafil, entre el 2014 y 2022, Librerías Crisol registra dos resoluciones de multa firme de más de S/ 60.000 en materia de relaciones laborales; Librerías La Familia registra una resolución de multa firme de más de S/ 20.000 en materia de seguridad y salud en el trabajo; Ibero registra una resolución de multa firme de más de S/ 5.000 en materia de relaciones laborales y la Librería El Virrey registra una resolución de multa firme de más de S/ 1.000 en materia de relaciones laborales.

Mataperrea recibió una denuncia laboral anónima contra la librería Communitas, en donde se relata que a una trabajadora se le descontó 1 sol por cada minuto de tardanza, y ante cualquier pérdida de libros lo pagaba el personal. Al respecto, Julia Vargas Quevedo, Gerente de Administración de Communitas, manifestó que no tienen políticas de descuento por sol/minuto y que no descuentan ante la pérdida de libros. Además, señalaron que todos los trabajadores se encuentran en planilla con sus beneficios laborales.

Mataperrea también recibió una denuncia de una extrabajadora de SBS señalando que la  librería le asignó una función que no le correspondía: “Un gerente comercial me dijo que haga un listado de libros que iban a importar y que necesitaba un stock para todas las cadenas. No sé, fue mi respuesta, y me miraron mal”. Al respecto, Farela Sevillano Velez, Subgerente Comercial de SBS, indicó que no se le podría delegar tal responsabilidad a un librero debido a que significaría un riesgo financiero y que tienen una buena relación con sus actuales trabajadores. Sobre las denuncias laborales en la FIL, mencionó: “El trabajo en feria es intenso. Se está intentando mejorar”. Sobre la cancelación de la presentación del libro de Víctor Polay y la persecución a Ediciones Achawata, señaló: “Que leas un libro no implica que estés de acuerdo. Para nosotros la diversidad es importante. Se pueden hallar autores de todas las corrientes y esa debe ser la meta de todas las librerías”.

Edición: Carolina Morales Esteban

Texto: Jair Sarmiento Aquino

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