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Latakuntur, el cóndor de lata no aterriza en Chinchero

“Latakuntursi kaypi tiyamunqa”, me dijo Demetrio. ¿Latakuntur?, le pregunté. “Sí, latakuntur”, respondió. Y entonces entendí: lata y cóndor. Los abuelos le explicaron a Demetrio que algún día un cóndor de lata aterrizaría en la comunidad de Yanacona, y como si fueran brujos, presagiaron que iba a haber un aeropuerto en el distrito de Chinchero, ubicado en la provincia de Urubamba, en la región de Cusco.

La casa de Demetrio está a pocos metros del nuevo terminal internacional que aún no se termina de construir, a pesar de que fue una promesa del Estado peruano a finales de los 70s.

En 1978, funcionarios de la dictadura de Francisco Moráles Bermúdez llegaron a Chinchero para reunirse con los comuneros de Yanacona. Les explicaron la importancia del aeropuerto para el desarrollo económico del Cusco y colocaron la primera piedra. Después vinieron los estudios técnicos, planos del futuro terminal, publicaciones en periódicos, etc. Toda una puesta en escena que, durante décadas, sostuvo la apariencia de que el proyecto sería ejecutado.

“Era todavía una wawa cuando mi papá regresó de una asamblea y dijo que el Gobierno iba a construir un aeropuerto en el territorio de la comunidad, que iban a venir turistas de todo el mundo, y que Chinchero iba a progresar. Pasaron años y no pasó nada. Pero mi papá siguió esperando y murió sin haberlo visto, como le pasó a mi abuelo, y como parece que sucederá conmigo”, relata Demetrio de 62 años.

Enriqueta, comunera sexagenaria de Yanacona que tuvo que abandonar su hogar ya que vivía en la zona donde se construye el aeropuerto, me contó, —con la tristeza y rabia que caracteriza a quienes se sienten engañados—, cómo un aeropuerto invisible se convirtió en un obstáculo real para el progreso de la comunidad: “Los hijos, los que tienen pareja, querían hacer su casita. Y no podíamos. ¿Sabes qué nos decían las autoridades? Ya no hagan porque va a haber aeropuerto. Nuestros hijos, guiados por su capricho, hacían sus casas, y decían: ¿aeropuerto habrá o no habrá aeropuerto?”.

Durante décadas, el proyecto del aeropuerto condenó a los comuneros de Yanacona a vivir a la expectativa, a soñar despiertos, incapaces de responder aquella pregunta que configuraba sus decisiones más íntimas: ¿cómo organizar una vida alrededor de algo que no existe? 

Pero los comuneros no se quedaron esperando. Demetrio se levantó de la mesa y regresó con un folder manila que contenía decenas de documentos: cartas, oficios y recortes de periódicos. Todo un archivo de expectativas. ¿Cuánto me dijo que les quería pagar el Estado por sus tierras?, pregunté. “Cuarenta centavos por metro cuadrado. Por eso la comunidad creó una comisión para informarse y negociar”, dijo Demetrio.

En dicha comisión donde participó Demetrio se elaboró un informe en 2010, donde se especifica que el costo de la tierra debía ser de 80 dólares por metro cuadrado. El documento detallaba otras demandas como: puestos de trabajo, becas de estudio para los comuneros más jóvenes y el pago de utilidades a la comunidad. Se trataban de expectativas traducidas en demandas concretas. 

“Hicimos muchas cosas para que nos respetaran”, continuó Demetrio. “Nos reconocimos como población indígena para ampararnos en el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Hicimos pintas en las paredes del pueblo exigiendo respeto a nuestros derechos como indígenas. Algunos de nosotros interpusimos una acción de amparo demandando al Estado para exigir que realice una consulta previa”, explica.

Sin embargo, las autoridades gubernamentales consiguieron que la negociación se centrara únicamente en la compensación económica por las tierras. Ante la posible implementación de una consulta previa, el Estado tomó una decisión arriesgada. Un funcionario del Gobierno Regional de Cusco visitó Yanacona en 2012 y ofreció pagarles veinte dólares por metro cuadrado. La mayoría aceptó porque creía que el aeropuerto contribuiría al progreso local y porque el dinero les permitiría hacer realidad sus expectativas. 

El 22 de agosto de 2012, el gobierno de Ollanta Humala organizó una ceremonia para celebrar la firma de la ley de expropiación y compensar económicamente a los comuneros afectados por el inicio del proyecto del aeropuerto. 

Con la indemnización, las expectativas adoptaron una forma concreta: casas “modernas” de ladrillo y cemento que sustituyeron las tradicionales viviendas de adobe. Las edificaciones eran una expresión física del “progreso” que estaba produciendo la construcción del aeropuerto.

A las viviendas les siguieron las fronteras físicas del proyecto. La zona fue cercada con un muro de adobe que se convirtió en una malla metálica y que luego evolucionó en un muro de concreto que ahora separa la casa de Demetrio de la construcción del aeropuerto.

“¿Escuchas?”, me dijo Demetrio. Hicimos silencio y nos concentramos en el sonido de las máquinas excavadoras. Un ruido que llega 40 años tarde, pero que comenzó a transformar la vida de los comuneros desde el momento en que se anunció por primera vez.

El proyecto sigue en ejecución. Sin embargo, no será inaugurado en 2026 como prometió el Estado peruano. El Ministerio de Transportes y Comunicaciones (MTC) ha aplazado su apertura hasta el 2028. Los problemas económicos y la coyuntura política han venido retrasando los trabajos de construcción. En tanto, la población local está condenada a vivir en el suspenso que habitaron sus antepasados.

La larga espera hace pensar en que quizás nunca termine de construirse, pero este aeropuerto todavía invisible ha transformado para siempre la vida de Demetrio y del resto de comuneros de Yanacona. 

La profecía de los abuelos se hace realidad de manera incompleta. El latakuntur, el cóndor de lata, sobrevuela el territorio de la comunidad de Yanacona, pero los comuneros siguen a la expectativa de su aterrizaje definitivo.

Texto: Marcos López Aguilar

Edición: Jair Sarmiento Aquino

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